(ANS – Roma) –
A finales de agosto, el día 26, la Santidad Salesiana se cubre con el
testimonio del Beato Ceferino Namuncurá, que encarna las virtudes y
valores de la etnia Mapuce, y que es motivado a la santidad a partir de
la lectura de la vida de Santo Domingo Savio.
26 de agosto de Ceferino Namuncurá Bendito
Ceferino Namuncurá, hijo del gran Cacique Manuel Namuncurá, nació en Chimpay (provincia de Río Negro, Argentina) el 26 de agosto de 1886. En el Colegio Salesiano "Pío IX" de Buenos Aires comienza la aventura de la gracia, que transformaría un corazón, no iluminado aún por la fe, en un testimonio heroico de vida cristiana. Dos hechos le lanzaron hacia las cimas más altas: la lectura de la vida de Santo Domingo Savio, del que se convirtió en su ferviente seguidor, y la primera comunión en 1898, en la que hace un pacto de absoluta fidelidad con su gran amigo Jesús.
Ceferino Namuncurá, hijo del gran Cacique Manuel Namuncurá, nació en Chimpay (provincia de Río Negro, Argentina) el 26 de agosto de 1886. En el Colegio Salesiano "Pío IX" de Buenos Aires comienza la aventura de la gracia, que transformaría un corazón, no iluminado aún por la fe, en un testimonio heroico de vida cristiana. Dos hechos le lanzaron hacia las cimas más altas: la lectura de la vida de Santo Domingo Savio, del que se convirtió en su ferviente seguidor, y la primera comunión en 1898, en la que hace un pacto de absoluta fidelidad con su gran amigo Jesús.
Ceferino
encarna en sí mismo los sufrimientos y aspiraciones de su pueblo
Mapuce, la misma que en el arco de los años de su adolescencia conoció
el Evangelio y se abrió al don de la fe bajo la guía de sabios
educadores salesianos. Hay una expresión que resume todo su programa:
"Quiero estudiar para ser útil a mi pueblo".
Ceferino
es la expresión y fruto de la espiritualidad juvenil salesiana, aquella
espiritualidad hecha de alegría, amistad con Jesús y María,
cumplimiento sus propios deberes, donación a los demás. Él representa la
prueba convincente de la fidelidad con la que los primeros misioneros
enviados por Don Bosco lograron repetir lo que había hecho en el
Oratorio de Valdocco: formar jóvenes santos, apóstoles de los jóvenes.
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